lunes, 22 de septiembre de 2014

Un mero hecho

Se                     me                      hace                          raro  VOLVER.

No se donde,
                                        ni a qué;
pero raro.

Y más aún, al descubrir que a los tartamudos les va más deprisa el cerebro y no pueden asimilar todos sus pensamientos. O que mi pulsera de recuerdo solo me recuerda que se ha desgastado en dos días. O que si llueve, puede llegar a llover de todo, incluso árboles.

Imaginaos lo bien que debo haber dormido estos días. 

Bueno, mejor no lo hagáis que es mentira. Últimamente, lo que mejor se me da, es pintar mis camisetas; y estoy orgullosa de como quedan, modestia a parte.

También estoy conforme con las decisiones que no he tomado, con el hecho de ser más y menos, y con el hecho de lo hecho hecho está. Y con mi última frase, o como mínimo el final.

Tengo que decir que los acentos enamoran, y más si están bien puestos. O si te miran con unos ojos verzul. 

Por último, añadir que ahora entiendo más mejor a la gente que se enamora de lugares a los que nunca ha ido, sin saber como son. 

domingo, 7 de septiembre de 2014

Orgullo de oruga

No entendía muy bien lo que estaba pasando. Ni dentro ni fuera.
Nada tenía sentido.   Alguien había decidido por su cuenta echarlo todo a perder, así que cogió y se fue.

Cuando alguien se va de cualquier lado, en algún momento se le echa de menos. Pero por alguna estúpida razón, una oruga no es capaz de decirlo.
      El problema de las orugas es que son muy orgullosas para dejarse tocar por cualquier cosa, y sus oídos son tan pequeños que casi no oyen nada más que sus pensamientos.
Ésta no era una excepción, así que decidió irse por su cuenta, gritando sus problemas propios de un libro de matemáticas y sus teorías filosóficas basadas en el pensamiento de las piedras.

A pesar de lo que muchos puedan pensar, una Luna escucha incluso de día. Por eso a las orugas les gusta subirse a los árboles: para ser escuchadas constantemente.

En este caso, la oruga decidió gritarle a la Luna desde el suelo, pues la echaba de menos, pero no se lo podía decir, pues no sería propio de ella.
Así que la Luna aguantaba gritos constantes sin llegar a ser oída. Con el tiempo sin pausa, ésta Luna decidió tomarse un descanso y se fue.

 La oruga, indignada, se marchó dejando una nube de polvo y odio. Cuando la Luna volvió, allí no había nada más que restos y desprecio.